“POR LA BOCA MUERE EL PEZ”

Si hiciéramos una encuesta entre los creyentes de nuestra región, específicamente respecto de las
enfermedades físicas que más se padecen, es muy probable que una mayoría señale que tiene fe
en Dios para creer que Él puede sanarles. Sin embargo, ese número puede variar y disminuir
considerablemente si habláramos de padecimientos a nivel emocional, los cuales se entrelazan
con pensamientos y creencias de situaciones que todos experimentamos a diario. En este sentido,
desde hace décadas la psicología ha irrumpido en el campo de la mente, justamente para tratar y
ayudar a toda persona que evidencie alguna afectación ya sea a nivel emocional, conductual o en
sus pensamientos. No obstante, el éxito de las terapias no está garantizado.
¿Será posible que Dios también opere en esta área? ¿La fe podrá ayudarnos con nuestra salud
emocional?
La Palabra dice en el Salmos 34:18 (PDT) “El Señor siempre está dispuesto a ayudar a los que sufren
y salva a los que han perdido toda esperanza”; quedando establecido que a Dios le preocupa
nuestro bienestar emocional, debiendo entonces los creyentes aplicar la fe correcta para
experimentarlo. En la misma línea, el destacado neurólogo y psiquiatra francés, Boris Cyrulnik, nos
dice: “Parece que la fe es un valioso factor de resiliencia. La fe es una esperanza que enardece” (B.
Cyrulnik, Psicoterapia de Dios, 2018, pág. 168); quien resalta que nuestra creencia en Dios nos hace
sobreponernos a diversas dificultades y mirar el futuro con optimismo.
Por esto, toma vital importancia el cómo creemos, lo cual está en estricta relación con lo que
conocemos de Dios. No es casualidad que debamos renovar nuestra manera de pensar por
intermedio de oír y escudriñar la Palabra, para recién comprobar y experimentar sus beneficios; ya
que lo que pensamos y sentimos, eso hablamos; y nuestro hablar construye realidades.
Si analizamos Juan 10:10 (NTV): “El propósito del ladrón es robar y matar y destruir; mi propósito
es darles una vida plena y abundante”; inmediatamente podemos identificar que de Dios no
proviene nada malo, sino que, por el contrario, busca darnos plenitud, donde se incluye el área
emocional. Cito un ejemplo: un matrimonio de muchos años de casados atraviesa una crisis a
causa de una infidelidad, quienes pudieran razonar erradamente que “Dios les está enviado una
prueba” para ver qué tan fuerte es su relación. Sin embargo, la mujer engañada se sentirá
devastada emocionalmente, meditando en porqué Dios tuvo que enviarles a ellos esa “prueba” y
no a la familia de enfrente, haciendo muy improbable que experimente sanidad en lo emocional,
habiendo una aceptación irracional del hecho, resignándose. En cambio, la misma situación, pero
razonada en base a la Palabra (donde se aclara que hay un enemigo que busca robar nuestra
felicidad, destruir a las familias y matar todo plan matrimonial); le permitirá a esa mujer identificar
las causas y responsabilidades que los llevaron al quiebre, teniendo opciones reales de restaurarse
y alcanzar su sanidad a nivel emocional, porque cree de manera correcta, teniendo la certeza de
que Dios es bueno y que está deseoso de socorrerla. Y, si bien es probable que de igual forma
sufra la desilusión y el dolor de tal acto, podrá salir adelante y sobreponerse, aunque las
consecuencias sean inevitables. Por eso, cabe afirmar que la fe correcta nos mantiene sanos
emocionalmente.

¿Qué hay de lo que hablamos?
Podemos creer en Dios de manera correcta, saber mucha Palabra, afirmar que somos buenos
creyentes; pero, si no confesamos lo correcto, no hay posibilidad de cambio, porque el buen
hombre y la buena mujer sacan de lo que hay su corazón cosas buenas; es decir, de lo que abunda
en ellos internamente, de eso hablan.
Si lo abordamos desde la psicología, al hablar de Profecía Autocumplida, nos referimos a un
fenómeno psicológico a través del cual convertimos en realidad algunas expectativas anticipadas –
generalmente negativas- ante una determinada situación. Un ejemplo claro de esto es pensar en
aquellos niños y adolescentes que diariamente reciben malos comentarios de sus padres, porque
nunca cumplen sus expectativas. Expresiones tales como: “no sirves para nada”; “siempre es lo
mismo contigo”; “eres igual a tu taita”; “eres tonto o te haces”; “nada haces bien”, entre muchas
otras, van marcando negativamente de tal forma a nuestros hijos, que finalmente se termina por
cumplir lo que les declaramos con nuestra boca, formándose con esto adultos mediocres,
inseguros y con altas probabilidades de fracasar en la vida.
Pero ¿Qué nos dice la Palabra? Proverbios 18:20,21 (PDT) señala: “Tu forma de hablar te
alimentará, lo que digas te saciará. Lo que uno habla determina la vida y la muerte; que se
atengan a las consecuencias los que no miden sus palabras”. Es decir, Jesucristo ya nos advierte
que lo que hablamos tiene un gran impacto, lo cual puede hacernos andar en bendición -vida- o en
maldición -muerte-; y no sólo a nosotros, sino que también a los que nos rodean.
Por esto, podemos afirmar que para proyectar bienestar en nosotros y en los que nos rodean,
debemos siempre estar hablando lo que dice la Palabra de Dios; es decir, si creemos de manera
correcta a Su Palabra revelada, y la comenzamos a declarar con Fe constantemente; toda nuestra
vida se verá afectada para bien, pudiendo mostrarles a otros un nuevo estilo de vida, el de la
restauración emocional, el de las buenas noticias.

Osciel Araneda Ríos
Ps. Clínico, Especialista Intervención Familiar

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